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De lunes a viernes a las 16.00 en el 102.5 FM y a través de www.radio.uchile.cl, la periodistas Antonella Estévez y sus panelistas especializados se encargan de comentar la actualidad social y cultural, mostrando además lo más notable de la música popular facturada en Chile y en el resto del mundo. Entrevistas, cine y mucha información cada día en esta urbe de sonidos.

Tuesday, September 25, 2007

¿Qué dice que dijo?

La llegada a nuestro país –en formato DVD- de la nueva película de David Lynch “Inland Empire” nos da la excusa perfecta para abordar nuestra relación con ese otro cine. Un cine que masivamente es definido como raro o de culto y que entre sus adeptos posee una atracción casi mística.

Desde sus inicios el cine ha tenido que luchar duro para encontrar su autonomía como lenguaje. Bajo la influyente sombra del teatro y la literatura, el cine clásico le ha enseñado a los realizadores una manera especifica de hacer cine y al público una manera también especifica de recibir el cine. Esta forma clásica ha sido determinada por las historias. Por lo que no es de extrañar que todavía la mayoría de las críticas cinematográficas se centren en el argumento de las películas y no en como este argumento es presentado. Desde hace más de un siglo el énfasis ha estado puesto en el aspecto literario de los filmes, en las historias que cuentan, más que en las elecciones audiovisuales que se escogen para contarlas.

De allí que cuando nos enfrentamos a cintas en donde el argumento no parece ser la prioridad y la narrativa cinematográfica no esta enfocada en transmitir claramente el desarrollo de una historia, exista cierta resistencia tanto en el público como en la industria. Porque es efectivo que estas películas requieren más trabajo para ser digeridas –lo que las hace menos atractivas comercialmente- pero este trabajo no tiene tanto que ver con la cultura previa del espectador o con el manejo que este tenga del lenguaje cinematográfico, sino con su disposición a enfrentarse a nuevas maneras de acercarse al cine.

La discusión de que si la cinematografía de Lynch, o de Ruiz, o de los Hermanos Quay son exquisitas propuestas estéticas que estan llena de significados escondidos que deben ser descubiertos por el público, parece ser secundaria. Estos mismos directores han señalado que, en la mayoría de los casos, su interés tiene que ver más con la creación de atmósferas y con la posibilidad de introducir a la audiencia en estados anímicos particulares. Objetivos que tiene más que ver con la música y las artes visuales, que con la literatura. No estoy diciendo acá que para ver estas películas haya que entregarse ilimitadamente al sin sentido, sino más bien reconocer que cuando se habla de cine los sentidos son múltiples y que estos pueden ser captados con diferentes áreas de nuestro cerebro.

La invitación es entonces a exponerse. Enfrentarse a estas películas sin el tedioso ejercicio de buscar un significado oculto en cada detalle, si no más bien de permitirse experimentar las sensaciones –gratas o ingratas- que estos creadores proponen en sus obras. Abrirse, finalmente, a nuevas maneras de ver el cine.

¿Cuánto Cine Chileno?

Esta época del año en que todo se viste de tricolor y la chilenidad se presenta como el factor central de nuestra celebración, parece ser un buen momento para preguntar ¿en que está nuestro cine chileno?

Con dos películas actualmente en cartelera –“Casa de Remolienda” y “Malta con Huevo”- varias que se vienen de aquí a fin de año: “Radio Corazón” y “Santos” y otras que ya fueron mostradas en el Festival de Cine de Santiago pero que aun esperan su estreno comercial como “Pecados” y “La vida me mata”, uno podría decir que nuestro cine pasa por un momento de efervescencia y productividad.

Hace años que nuestra pequeña industria dejo atrás los oscuros tiempos en donde con suerte se estrenaban unas cinco películas anuales. Podríamos decir que durante toda la última década ha existido un esfuerzo real y compartido entre el gobierno y los empresarios privados para dotar a nuestro país de una producción cinematográfica constante en el tiempo. Producción que debido a las características de nuestro pequeño mercado interno difícilmente podrá superar las quince películas anuales con estreno comercial. Quince películas no son muchas, de ahí la necesidad de que lo que llegue a nuestros cines sea significativo en calidad y trascendencia, y podemos observar también un esfuerzo en este sentido.

Además del cine, el gran énfasis que han dado los canales de televisión –impulsado por el masivo apoyo de la audiencia- a las producciones nacionales han permitido no sólo que equipos enteros de comunicadores audiovisuales tengan trabajo, sino también que este trabajo se traduzca en más experiencia profesional y con eso mejores equipos técnicos cuya labor se expresa en la mejor calidad de nuestros productos audiovisuales.

Quizás lo más atractivo de la actual producción audiovisual chilena tiene que ver con la diversidad de motivos y formas de nuestro cine actual. El acceso a las nuevas tecnologías y la emergencia de nuevas generaciones de directores salidas de las escuelas de cine han permitido que hoy sea posible un cine mucho más experimental, mucho más enfocado en la formalidad del lenguaje cinematográfico y con inquietudes distintas a la de sus colegas mayores. Cintas como “Rabia” y “Corazón Secreto” –ambas estrenadas en el Festival de Cine de Santiago- dan cuenta de otro cine chileno, uno que difícilmente llegara a tener distribución comercial, pero que enriquece nuestro panorama, además de representar, más que dignamente, a nuestro país en el circuito de festivales internacionales.

Por su puesto que aún queda muchísimo por hacer. Pero desde mi perspectiva esto tiene que ver más con el acceso y el consumo que el público chileno tiene respecto de su propio cine, que con el trabajo de nuestros cineastas. En estos momentos hay buenas y distintas películas haciéndose en Chile, películas de calidad, bien hechas y con propuestas originales, películas que han entendido que el futuro del cine chileno no está en producir copias baratas del cine hollywoodense sino en abrazar nuestras particularidades y expresarlas cinematográficamente.

La pregunta seria entonces: ¿Cuántos de los 16 millones de chilenos tienen acceso al cine que se hace en su país? ¿Cuántos chilenos tienen el privilegio de ver su paisaje idiosincratico en pantalla grande? Esa es la pregunta que queda aún por responder y en cuya respuesta deberían enfocarse ahora todos nuestros esfuerzos…la tarea: un cine chileno para todos los chilenos.

Chile Amnésico

Entre las cientos de funciones que se realizaron en el contexto de la tercera edición del Festival de Cine de Santiago hubo una particularmente significativa para la memoria cinematográfica chilena. El jueves 16 de agosto se desarrolló la primera exhibición de la versión recién restaurada de la película “El leopardo” filme realizado en 1926 por el cineasta español avecindado en Chile, Alfredo Llorente Pascual.

Entre la avalancha de películas y noticias derivadas del Sanfic, este acto paso casi desapercibido por la prensa y el público en general, aunque se trate de una noticia tremendamente relevante, nada menos, que para la memoria de nuestra nación. ¿Por qué? Porque si creemos que el cine es parte no sólo de nuestro patrimonio cultural, sino además signo de nuestra identidad y material de nuestra memoria: Chile es un país amnésico.

Se sabe que las primeras experiencias cinematográficas nacionales se desarrollaron en 1902, a este periodo experimental le siguió una muy fructífera época de realización de cine mudo en Chile que se extendió hasta finales de los años 20 y en donde se calcula que se realizaron más de 81 largometrajes, de todos ellos hoy se pueden ver solamente tres: “Canta y no llores corazón”, “El husar de la muerte” y, recién a partir de este mes, “El Leopardo”.

Uno podría suponer que la distancia temporal y la precariedad de los medios impidió conservar estas películas tan antiguas, pero la situación no mejora con respecto a las cintas más recientes. Actualmente tampoco se puede acceder a un número significativo de filmes desarrollados en Chile anteriores a la década del sesenta.

Y aún más, no son muchas las cintas de los años sesenta y setenta que puedan exhibirse hoy sin dificultades. Todo esto porque la conservación del material fílmico requiere trabajo y recursos y la conciencia de todo esto es muy reciente. Son incontables la cantidad de películas que se perdieron irremediablemente por negligencia de sus dueños, de la sociedad chilena y del Estado.

Antes de la inauguración de la Cineteca Nacional, sólo la preocupación de unas pocas instituciones privadas –en donde sobresalen la Fundación Chilena de las Imágenes en Movimiento y el Cine Arte Normadie- permitieron conservar una fracción de nuestra memoria fílmica. Ahora tenemos Cineteca, es cierto, pero eso no significará ningún cambio importante para el rescate de nuestra cinematografía a menos que se le otorguen todos los recursos necesarios para restaurar las películas que tienen en conservación.

Rescatar los filmes y ponerlos a salvo es sólo un primer paso. Trabajar este material fílmico para que pueda ser nuevamente exhibido es un proceso largo y costoso, que requiere –muchas veces- de la intervención artesanal cuadro por cuadro del filme con tecnología inexistente en Chile, para sanar lo que el tiempo y la indeferencia han tardado años en dañar.

Sin este trabajo de rescate y restauración Chile se irá quedando no sólo sin las obras de nuestros anteriores artistas cinematográficos, sino sin el testimonio de nuestro propio desarrollo como nación, sin pruebas de nuestra experiencia, sin memoria.

Oda a la belleza rara

Aún es posible ver en nuestros cines la película “Retrato de una pasión”, cuyo titulo original “Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus” (Pelaje: un retrato imaginario de Diane Arbus), nos entrega ciertas claves de entrada para este filme raro y seductor.

Como lo advierten unos primorosos carteles al comenzar la cinta, esta película no es una biografía cinematográfica, sino más bien, un homenaje a la pasión de una artista que transformó la imaginería estética occidental con su trabajo fotográfico. El director Steven Shainberg –reconocido por su filme anterior “La secretaria”- escoge disfrazar la transformación de una mujer formal y reprimida hacia una artista de vanguardia, a través de una imaginaria historia de amor.

Una magnifica Nicole Kidman personifica a Diane Arbus en este recorrido, que comienza con el personaje siendo una abnegada esposa y madre, además de silenciosa hija de padres represores. Ayudante de su esposo en el negocio de la fotografía publicitaria, no es hasta la aparición de un misterioso nuevo vecino que esta Arbus decide tomar la cámara y comenzar a desarrollar su propio trabajo.

En la cinta, la fotografía es la excusa que utiliza el personaje para acercarse a este extraño y atrayente hombre que guiará a Arbus/Kidman en el descubrimiento de un nuevo mundo de sensibilidades, al hallazgo de una belleza bizarra, al deleite por lo que socialmente es considerado paria.

Aplaudo la elección de los guionistas al escoger mostrarnos el proceso de descubrimiento de esta artista como una historia de amor. Personificar la seducción por este nuevo mundo estético en el personaje del muy intenso Robert Downey Jr., permite que el espectador sea también seducido y siga al personaje sin preguntar. Esto no sólo por el excelente trabajo actoral tanto de Kidman como de Downey Jr., sino también por las atmósferas que crea Shainberg, por el uso de tonalidades, de sombras, de encuadres y de ritmos en la narración que van formando una propuesta visual que remite con corrección a la inquietud atrayente que producen las imágenes de que hicieron famosa a Diane Arbus.

Advertimos eso si, que esta no es una película para todo gusto. Puede producir –al igual que el trabajo de Arbus- cierta repelencia y cierta incomodidad en lo moral. Por otro lado los más fieros fanáticos del trabajo de la fotógrafa también pueden sentir herida su sensibilidad por las libertades creativas que se toma el filme. Quienes gustan de la visualidad cuidadamente bizarra y poseen cierta identificación con la estética romántica, podrían encontrar en “Retrato de una pasión” un objeto de deleite y hallar de paso, algunas claves respecto a cierto cine contemporáneo que ha mantenido la herencia de Diane Arbus en más que saludables condiciones.

La vida de los otros…y la nuestra también

Finalmente llega a nuestro país la cinta alemana“La vida de los otros” precedida por una serie de reconocimientos internacionales que incluyen siete galardones en las categorías principales de los premios del cine alemán 2006; mejor película, actor y guión en los European Film Awards de ese mismo año y el Oscar 2007 a mejor película en habla no inglesa, entre muchos otros.

La razón de tanta alabanza está en la notable construcción de los 144 minutos que contienen una historia de horror, amor y humanidad. Una historia que a nosotros, los chilenos, no nos es ajena.

A mediados de la década de los ochenta había en la República Democrática Alemana más de 100.000 agentes y 300.000 informantes que vigilan cada día la vida de sus compatriotas, con el objetivo de mantener bajo control cualquier indicio de sublevación al interior del ya desgastado régimen comunista. A partir de este delicado momento de la historia del su país el guionista y director germano Florian Graf Henckel von Donnersmarck desarrolló la idea de “La vida de los otros”.

En esta película el capitán de la temible policía secreta del régimen –mas conocida como la Stasi-, Gerd Wiesler es un muy disciplinado y ferviente servidor del comunismo, hasta que es encargado de vigilar a un reconocido dramaturgo quien, a pesar de tener una impecable reputación, ha despertado la sospecha de uno de los ministros del gobierno.

Al escuchar cada día sus conversaciones y conocer la intimidad de este creador, las relaciones con su pareja y sus amigos, y las motivaciones de su arte; el personaje de Wiesler comienza a desarrollar hacia su vigilado una especie de afecto fraternal y poco a poco esta vigilancia deviene en protección. Su deber como soldado del régimen es superado por su deber como hombre.

La desilusión ante el hecho de que los valores políticos sean sometidos a los intereses personales de los poderosos incita a ambos personajes –vigilante y vigilado- a replantear su posición y a tomar partido por lo que su conciencia y su corazón les dicta. Dicho así podría pensarse que “La vida de los otros” es una película que caraturiza y manipula en pos de crear una imagen política de la Alemania de ese momento, pero es exactamente lo contrario.

Es la humanidad de los personajes –especialmente el del capitán de la Staci magistralmente interpretado por el recientemente fallecido actor Ulrich Mühe- lo que moviliza a esta película desde los estereotipos del cine de la guerra fría hacia una historia inteligente y tremendamente conmovedora.

“La vida de los otros” se une a notables películas como “Good Bye, Lenin!” y “La caída” para dar cuenta de que el cine alemán esta visitando las más profundas heridas de su nación para transformarlas en hermosos productos fílmicos que nos invitan a emocionarnos, reflexionar y sobre todo a recordar. Algo de lo que el cine chileno aún tiene mucho que aprender.