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Tuesday, September 25, 2007

¿Qué dice que dijo?

La llegada a nuestro país –en formato DVD- de la nueva película de David Lynch “Inland Empire” nos da la excusa perfecta para abordar nuestra relación con ese otro cine. Un cine que masivamente es definido como raro o de culto y que entre sus adeptos posee una atracción casi mística.

Desde sus inicios el cine ha tenido que luchar duro para encontrar su autonomía como lenguaje. Bajo la influyente sombra del teatro y la literatura, el cine clásico le ha enseñado a los realizadores una manera especifica de hacer cine y al público una manera también especifica de recibir el cine. Esta forma clásica ha sido determinada por las historias. Por lo que no es de extrañar que todavía la mayoría de las críticas cinematográficas se centren en el argumento de las películas y no en como este argumento es presentado. Desde hace más de un siglo el énfasis ha estado puesto en el aspecto literario de los filmes, en las historias que cuentan, más que en las elecciones audiovisuales que se escogen para contarlas.

De allí que cuando nos enfrentamos a cintas en donde el argumento no parece ser la prioridad y la narrativa cinematográfica no esta enfocada en transmitir claramente el desarrollo de una historia, exista cierta resistencia tanto en el público como en la industria. Porque es efectivo que estas películas requieren más trabajo para ser digeridas –lo que las hace menos atractivas comercialmente- pero este trabajo no tiene tanto que ver con la cultura previa del espectador o con el manejo que este tenga del lenguaje cinematográfico, sino con su disposición a enfrentarse a nuevas maneras de acercarse al cine.

La discusión de que si la cinematografía de Lynch, o de Ruiz, o de los Hermanos Quay son exquisitas propuestas estéticas que estan llena de significados escondidos que deben ser descubiertos por el público, parece ser secundaria. Estos mismos directores han señalado que, en la mayoría de los casos, su interés tiene que ver más con la creación de atmósferas y con la posibilidad de introducir a la audiencia en estados anímicos particulares. Objetivos que tiene más que ver con la música y las artes visuales, que con la literatura. No estoy diciendo acá que para ver estas películas haya que entregarse ilimitadamente al sin sentido, sino más bien reconocer que cuando se habla de cine los sentidos son múltiples y que estos pueden ser captados con diferentes áreas de nuestro cerebro.

La invitación es entonces a exponerse. Enfrentarse a estas películas sin el tedioso ejercicio de buscar un significado oculto en cada detalle, si no más bien de permitirse experimentar las sensaciones –gratas o ingratas- que estos creadores proponen en sus obras. Abrirse, finalmente, a nuevas maneras de ver el cine.

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