Porque Chile tiene Festival…es

Hasta hace pocas semanas la mirada de los cinéfilos nacionales estaba puesta en la XIV edición del Festival de Cine de Valdivia. Cuando aún no se alcanzan a acallar los ecos de aquello, ya estamos inmersos en la XIX versión del Festival de Cine de Viña del Mar, que se celebra esta semana, al mismo tiempo que ChileReality, un encuentro de documentales que se desarrolla hasta el 27 de octubre en Chillan.

A principio de este mismo mes se realizo el III Festival de Cine de Antofagasta y terminando octubre se inaugura el V Festival de Cortometrajes de Talca. Entre tanta avalancha de actividad es bueno detenerse un momento para reflexionar cual es el aporte real de semejante cantidad de encuentros cinematográficos.

Claramente no podemos comparar las funciones de los encuentros regionales de cine con las de los Festivales Internacionales. Los primeros tienen una influencia directa en una gran cantidad de chilenos que simplemente, en su cotidianeidad, no tienen acceso al cine. No nos olvidemos de que hay literalmente millones de compatriotas que simplemente no tiene ninguna sala de cine a cientos de kilómetros a la redonda. Aún más, tener un cine en la ciudad más cercana tampoco garantiza el acceso a una gran cantidad de filmes, ya que aunque en ciudades más grandes –como Valparaíso, Concepción y La Serena, por nombrar algunas- cuentan con la posibilidad de visitar algunas multisalas, estas normalmente apuestan por poner en su cartelera lo más exitoso del cine comercial. Así, a menos de que exista una institución universitaria o cultural que permita tener la posibilidad de ver otro tipo de cine, muchos chilenos sólo pueden ver en pantalla grande los blockbuster internacionales, excluyendo –entre muchas otras películas- gran parte de la producción cinematográfica nacional.

De esta manera los encuentros y festivales de cine en regiones – como los de Lebu, Caldera, Ovalle, Talca y Puerto Natales- pueden transformarse en una fiesta anual, posibilitando una mirada más amplia del cine para todos aquellos que durante el año están impedidos de ella. Al mismo tiempo que permiten a los activistas audiovisuales de cada región poder tener una plataforma de exposición de su trabajo, y quizás también mayores posibilidades de proyección.

Lo que pasa con los festivales internacionales es otra cosa. Las posibilidades y los recursos con que cuentan, por ejemplo, los Festivales de Valdivia, de Viña del Mar y el de Santiago son mucho mayores a la hora de armar su programación y su agenda de actividades. Es por eso que se espera que cada uno de estos eventos, no sólo sea una semana de hacer contactos y de ver películas, sino momentos claves para que la cinematografía nacional pueda tomar nuevos aires y adquirir nuevas ideas. De allí que es necesario que cada uno de estos festivales pueda definir con mayor claridad cual es su carácter, desarrollando una curatoria más específica –como bien lo ha hecho el Sanfic desde sus inicios- y proponiendo una mirada novedosa del cine tanto para los espectadores como para los creadores.

Es bueno que haya hartos festivales en Chile, es bueno que el cine se encuentre y se celebre. Es bueno que los chilenos puedan tener acceso a lo que se hace en su región y en otras latitudes. Es bueno que los organizadores luchen porque los premios que entregan su festival tengan cada vez más prestigio. Lo que queda ahora, es afinar estas actividades para que no sean sólo los participantes los que saquen partido de cada evento, sino que todo el cine nacional se vea enriquecido por lo que pasa en las pantallas, y en los pasillos, de los festivales.